Publicado en Autosuficiencia, Resiliencia

Nuestro papel en el drama de la vida

Conferencia General Abril 1983

por el élder Royden G. Derrick
de la Presidencia Del Primer Quórum De Los Setenta

«Debemos esforzarnos por ser como el Señor Jesucristo, actuando como El lo haría.»

William Shakespeare demostró gran discernimiento al escribir: «El mundo entero es un teatro y todos los hombres y mujeres son simplemente comediantes.» («A vuestro gusto», acto 20., escena VII.) Quiero ahora preparar el escenario para un drama que no es ficción sino la vida real. Está basado en ciertos hechos:

Es un hecho que Dios vive. Es un hecho que Jesucristo fue y es un Ser divino. Es un hecho que el Padre y el Hijo se aparecieron a José Smith en la Arboleda Sagrada. Es un hecho que José Smith era un Profeta de Dios. Es un hecho que Dios revelaba su voluntad por medio de los profetas en los días bíblicos, y que sigue haciéndolo ahora.

El argumento de este drama fue escrito antes de que el mundo fuese. El Escritor ha revelado claves sobre escenas futuras a personas que las han dado a conocer a todos los que quieran escucharlas.

Por ejemplo, hace veintiséis siglos, se mostró a uno de los personajes importantes de este drama lo que había «de acontecer en los postreros días» (Daniel 2:28). Al profeta Daniel se le mostró la interpretación del sueño del rey Nabucodonosor, por lo cual dijo: «Y en los días de estos reyes», refiriéndose a las escenas de los últimos días, «el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre.» (Daniel 2:44. )

Las escenas relacionadas con esas claves están ahora en el escenario, en primer plano.

A los catorce años, José Smith fue a una arboleda y oró a nuestro Padre Celestial, pues quería saber cuál de todas las iglesias era la verdadera. Allí aparecieron ante él Dios el Padre y su Hijo Jesucristo. El Padre le dijo: «Este es mi Hijo Amado. ¡Escúchalo! » Entonces Jesucristo le dijo a aquel muchacho de catorce años que la Iglesia verdadera de Dios no estaba en la tierra, y que él había sido elegido para ser un instrumento en manos de Dios para restaurar la Iglesia de Jesucristo y los principios verdaderos de Su Evangelio. Así, en las siguientes escenas, «el Dios del cielo» levantó por medio de ese joven «un reino» del cual el profeta Daniel dijo «que no será jamás destruido».

José Smith permitió que algunas páginas de la traducción del Libro de Mormón cayeran en manos de otras personas, por lo que se perdieron. Esto desagradó al Señor, quien le dijo:

«Las obras, los designios y propósitos de Dios no se pueden frustrar ni tampoco pueden reducirse a la nada.
«Recuerda, recuerda que no es la obra de Dios la que se frustra, sino la de los hombres.
«He aquí, tú eres José, y se te escogió para hacer la obra del Señor, pero caerás por motivo de la transgresión, si no estás prevenido.» (D. y C. 3:1, 3, 9.)

Si José hubiera fracasado, el Señor habría hecho un cambio en el reparto nombrando a otro que tomara su lugar. Pero él hizo lo que se esperaba de él, como lo atestiguan revelaciones en las que Dios lo elogia por su fidelidad.

El Señor dijo que este reino que sería establecido en los últimos días no sería jamás destruido. No debemos preguntarnos si fracasará esta Iglesia que Dios estableció. ¡Jamás fracasará! El lo ha decretado así.

Daniel profetizó después que no sería «el reino dejado a otro pueblo». No podemos entonces formar parte de ningún movimiento que busque la unión de las iglesias cristianas, pues eso implicaría transigir en algunos principios, y esto es imposible, porque el Señor mismo ha instituido los principios sobre los cuales se basa su Iglesia, y no tenemos ningún derecho a cambiarlos.

Dieciocho meses después que la Iglesia fue organizada, y luego de visitaciones celestiales en las cuales se dio a José Smith la autoridad para actuar en nombre de Dios, el Señor declaró que «las llaves del reino han sido entregadas al hombre en la tierra» y que el reino «ha de rodar, hasta que llene toda la tierra» (D. y C. 65:2).

También se han dado claves de otras escenas del drama a profetas como Isaías, Jeremías, Ezequiel, Juan el Revelador y otros de la época bíblica; y a Nefi. Alma, Helamán, Mormón, Moroni y otros de la historia del Libro de Mormón.

El personaje principal del reparto es Jesucristo, el Salvador de la humanidad. Muchos acontecimientos de su vida fueron el cumplimiento de escenas previamente mostradas a profetas de otros tiempos. Mañana conmemoraremos la más importante de todas las escenas: la resurrección de Jesucristo, que sufrió y murió para expiar por los pecados de todo el género humano.

La cantidad de gente en el reparto es ilimitada. «. . . si tenéis deseos de servir a Dios», dice el Señor, «sois llamados a la obra.» (D. y C. 4:3.) Para pasar la prueba eliminatoria debemos bautizarnos y guardar los mandamientos de Dios. A todos se les invita a participar, porque como dijo Nefi:

«. . . él invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o hembras; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios, tanto los judíos como los gentiles.» (2 Nefi 26:33.)

El que la gente acepte o no el Evangelio de Jesucristo es una cuestión de actitud. William James, escritor y filósofo estadounidense, escribió:

«El descubrimiento más grande de mi época es que el hombre puede cambiar sus circunstancias cambiando su actitud mental.»

En el libro de Proverbios leemos: «Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.» (Proverbios 23:7.) Y Henry David Thoreau, otro escritor estadounidense, dijo: «El hombre se convierte en aquello que ocupa su mente todo el día.»

Tenemos nuestro albedrío. Y nosotros decidimos qué papel tendremos en este drama, qué clase de personas somos o llegaremos a ser.

Cuando el presidente David O. McKay era un joven misionero en Escocia, se encontraba desanimado y lleno de nostalgia. Un día, caminando por la calle con su compañero, notó una inscripción tallada en piedra sobre un edificio sin terminar: «Seas lo que seas, haz bien tu tarea.» Desde aquel momento actuó como un buen misionero y llegó a ser excelente. Esta experiencia le ayudó en diversos llamamientos importantes que tuvo más adelante.

Si queremos ser personas de integridad, debemos actuar como si lo fuéramos, y llegaremos a serlo. Si queremos adquirir las virtudes del amor y la caridad, actuemos como si las tuviéramos y terminaremos por obtenerlas.

El Salvador aludió a este principio cuando preguntó: «¿Qué clase de hombres habéis de ser?», respondiendo El mismo «aun como yo soy.» (3 Nefi 27:27.)

Debemos esforzarnos por ser como El actuando como El lo haría, y así obtendremos características divinas.

Dios no elige el estilo de vida que llevamos. Nuestra actitud mental, lo que pensamos, determina la clase de vida que tenemos. Si queremos el papel, asumamos ese papel. ¿Cuál es el que tenemos ahora? ¿El de un valiente defensor? ¿El de un miembro débil, con poca convicción? ¿El de un espectador? ¿El de alguien que lucha contra la Iglesia de Dios?

En este drama de la vida hay una recompensa al valor. El Salvador dijo: «Y . . . tendrás la vida eterna, que es el máximo de todos los dones de Dios.» (D. y C. 14:7.)

Es difícil concebir que la vida eterna sea un lugar de gozo y felicidad sin aquellos a quienes amamos en esta vida. Si somos dignos, en esa existencia futura tendremos con nosotros a nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestros padres; sí, tanto posteridad como progenitores.

¿Qué podemos hacer por nuestros hijos, para que merezcan la vida eterna? Hace varios años, el Departamento Misional hizo un estudio profesional para saber qué pasa a los misioneros, una vez que han regresado de la misión. El estudio fue basado en los jóvenes que habían vuelto dentro de los diez años anteriores y daba un margen de error de menos de un tres por ciento. El resultado que dio fue que su fidelidad era ejemplar y digna de encomio. Este revelador informe fue mucho más favorable de lo que podía esperarse.

Hace unas semanas, visité una estaca de matrimonios jóvenes, y pregunté a los líderes del sacerdocio cuántos habían ido en una misión. Me quedé sorprendido al ver que todos levantaban la mano. A la semana siguiente visité otra estaca de gente más madura, una de las mejores en la Iglesia, e hice la misma pregunta. Con excepción de dos, todos levantaron la mano.

Lo que sacamos en conclusión no es que todo hombre tiene que haber sido misionero para ser líder del sacerdocio, sino que aquellos que cumplen su misión con honor obtienen tal comprensión del evangelio y tal autodisciplina que se dedican totalmente a lo que saben que es verdadero.

Deberíamos planear nuestra vida familiar de tal forma que todos nuestros varones vayan en misiones y que ellos y nuestras hijas se casen en el templo. Los planes para que nuestros hijos vayan en una misión pueden comenzar el día del nacimiento, cuando iniciamos su propia cuenta de ahorros, lo cual les ayudará a estar preparados económica, moral, física y mentalmente cuando lleguen a la edad apropiada. Debemos, sobre todo, enseñar a nuestros hijos «a orar y a andar rectamente delante del Señor» (D. y C. 68:28).

¿Qué podemos hacer por nuestros progenitores, para que sean dignos de la vida eterna? Podemos ayudar a los padres y abuelos a comprender el evangelio y bautizarse, y a recibir las ordenanzas salvadoras en el Templo de Dios. Podemos asegurarnos de que nuestros padres muertos, abuelos, bisabuelos y tantos familiares como podamos encontrar en investigación genealógica, hayan recibido o reciban las ordenanzas salvadoras del templo, necesarias para alcanzar la vida eterna. Al hacer esto por nuestros antepasados y nuestra posteridad, estableceremos una familia eterna, un linaje de personas justas que nos traerá gozo y felicidad en esta vida y «la vida eterna en el mundo venidero, sí, gloria inmortal» (Moisés 6:59).

El acto final de este gran drama está cercano ya. El reino de Dios avanza en preparación para la segunda venida de Cristo, cuando caiga el telón y el Salvador diga a los valientes, como lo expresa el apóstol Mateo:

«Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.» (Mateo 25:21.)

Y así continuará el reino de Dios para siempre a través de las eternidades. Como dijo el profeta Daniel, «permanecerá para siempre» (Daniel 2:44) y nosotros pasaremos el juicio y recibiremos la recompensa de acuerdo con la fidelidad con que hayamos desempeñado el papel que se nos ha asignado durante esta existencia. De esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

Autor:

Inquieto, curioso, fisgón, y creativo. Vivo en Madrid (España) Consultor, capacitador y apasionado por el marketing y la publicidad. Especializándome en Gestión de Marca Personal para búsqueda y mejora de empleo, y ponerlo al alcance de las personas que deban o quieran conocer hacer uso de ello Veo unicornios montados en ovnis, y marcianos en los bordes de las carreteras. Los intermitentes me funcionan cuando se encienden, y dejan de alumbrar cuando se apagan. No escalaré el Everest, pero hago unas lentejas riquísimas.

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