Presidentes de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

La voz del Presidente de la Iglesia ha sido un testimonio de la verdad divina y eterna. Aunque los medios por los que la voz del profeta se escucha han cambiado a través de los años, esa voz siempre ha sido un llamado a venir a Cristo.

Hoy, despedimos un año, y damos la bienvenida al año nuevo. Os deseo Un conocimiento de la verdad lleno de bendiciones.

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Las cargas del año viejo…

por el presidente David O. McKay
Liahona Enero 1962

En la noche del 31 de diciembre, muchas alegras personas en espera de las campanadas del Año Nuevo, millones de individuos, verán al Año Viejo desvancerse para siempre en el pasado. Desvanecerse es la palabra adecuada puesto que la mayoría de nosotros permitirá que el año sea absorbido por el “silencio eterno”, esfumado cual la niebla matutina ante los primeros rayos del sol. Y sin embargo, cada uno de nosotros podría cargarle de algunas cosas que, de tal manera, lo harían todo un encorvado viajero hacia el país del Olvido.

Primeramente, el Año Viejo podría cargar con los “paquetes” del pesar y los remordimientos que hayan llagado nuestras almas debido a los fracasos sufridos. Recordemos los fracasos en sí y sepamos extraer sabiduría de ellos; pero el desaliento y las tristezas que esos fracasos hayan producido, dejemos que los arrastre el Año Viejo hacia el pasado.

Segundo, el Año Viejo puede haber dado lugar a la formación de sombras de odio. ¿Qué derecho tiene el hombre para impedir el progreso que el Año Nuevo trae, con tales enormes, casi insuperables obstáculos? Las naciones desconfían de las naciones: los credos desprecian a los credos; los hombres vilipendian a los hombres; la mujer— difama a la mujer —todos produciendo la miseria como consecuencia inevitable.

¿Por qué no cargarlo todo al pasado, con el Año Viejo, y dejar que allá perezca?

Otras cosas comparables al odio, que deberíamos dejar salir de nueslias vidas, son las palabras crueles y los hechos despiadados. Estos han herido a más de un corazón durante los últimos doce meses e indudablemente han causado profundos dolores. lian arruinado sentimientos amigables y amores generosos, tal como la escarcha arruina los pétalos de la rosa. ¿Por qué no dejar que el Año Viejo lleve hacia el olvido estas cosas que oprimen el alma? Debiéramos hacer esto para nuestro propio bien; porque cada palabra cruel y cada hecho despiadado es un bumerang que regresa para golpear nuestra propia naturaleza.

Que todas éstas sean desterradas de la vida de los hombres, es esperar demasiado del mundo. Aún el sugerirlo lo tildaría a uno de soñador. Pero cuan feliz sería este Año Nuevo si cada persona que profesa ser cristiana deseara por lo menos cargar al Año Viejo con las “. . . obras de la carne , . .” (Calatas 5:19)

La misión de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es ayudar a la humanidad a vencer lo malo y a fomentar lo bueno. La Iglesia enseña que el arrepentimiento es uno de los eternos principios para la salvación; y el cargar al Año Viejo con nuestras debilidades y pecados, para que sean llevados al pasado y enterrados en él, no es sino una de las aplicaciones prácticas de este sublime principio.

Ojalá sea el Año Nuevo rico en bendiciones de amor, alegría y paz, para que cuando este año deba terminar haya menos pesar, menos enemistad, menos egoísmo y menos pecados que cargar en sus hombros. Y el Año Nuevo será más próspero y más feliz porque nosotros hemos ayudado en ello.

Nosotros, los Santos de los Últimos Días, proclamamos que Dios ha restaurado el evangelio de Jesucristo y reveládose él mismo a los hombres. Susurramos al oído de todo el mundo: “Arrepentios de las maldades de vuestros corazones”.

Este cambio de vida, este arrepentimiento es lo que el mundo necesita. Cambiar el corazón, sepultando al “hombre viejo” junto con sus odios, celos y pecados. Realmente, los hombres necesitan cambiar- su modo de pensar. Convertir sus malos sentimientos en buenos sentimientos. En lugar de pelear, odiarse y aplastarse mutuamente, debieran aprender a amarse unos a los otros.